domingo, 27 de abril de 2008

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La gripa siempre me imposibilita. Tenía meses que no duraba tanto tiempo en cama y esta vez volví a caer, como pasaba aquellos años durante mi niñez en la casa de la abuela. Pero este post no tiene el fin de aburrirlos con mis achaques, ni con mis recuerdos infantiles, ni con los sermones de la abuela. Lo bueno es que estoy feliz, puedo presumirlo, a pesar de que dejé de trabajar en mi tesis y de que abandoné por un rato el segundo libro de cuentos que estoy iniciando; actividades que me tenían algo acelerado y confundido, puesto que no sé en qué vayan a terminar.

Estos tres días que llevo en cama me la he pasado anclado a youtebe. Nunca antes había disfrutado tanto de este sitio, ni del Internet. En él encontré algunos videos de películas recientes, como el de La vida interior de Martin Frost (The iner life of Martin Frost) escrita y dirigida por el magnífico, casi único, Paul Auster. Me llamó la atención leer en los créditos que en la película actúa su hija Sophie.

Después de haber visto el avance me quedé con la espinita de saber más de la película. Me tumbé de los torrentes el archivo. La movie se bajó por la noche y antes de entrar a la madrugada me la reventé sin pestañar. El film es, al estilo del norteamericano, un homenaje al amor, a la escritura y a la soledad. Es la historia sobre un escritor que intenta alejarse del mundo y de la literatura en una casa de campo antes de finalizar su cuarta novela, lejos de Nueva York. Pero es la historia también de cómo los planos de la realidad y la ficción son dos polos opuestos, que sólo el amor logra derrumbarlos.

Martin Frost (David Thewlis), así se llama el escritor, se da cuenta, desde el primer día de su retiro en la casa de campo, luego de mirar por horas un grupo de hormigas en el jardín, que es imposible dejar de escribir y comienza un nuevo relato. Por la noche se va a la cama con la idea de no abandonar la casa hasta no terminarlo y sueña con que lo hará.

La historia se nutre por un conflicto más, uno sorpresivo, que nos hacer recordar el incidente con que abre Habitación cerrada (obra también escrita por Paul Auster ) e imaginar que la película cerrará con un desenlace sorpresivo. Frost despierta al día siguiente, en su misma cama, junto a una mujer encantadora (Iréne Jacob). Luego de una acalorada discusión en pijamas, la mujer le aclara el accidente haciéndose pasar por sobrina de los amigos del escritor, aquellos que le prestaron la casa para su retiro. Ni hablar más, para qué destapo los detalles más luminosos de esta película. Su historia tienen los componentes exactos para etiquetarla como hermosa: amor, imaginación, humor, sueños y deseos frustrados pero que en su final nos hacen ver que se puede llegar a tener la felicidad. La película también contiene frases entrañables como: “Por qué hacer las cosas, para qué seguir escribiendo si no se tiene esperanza alguna”.

La vida interior de Martin Frost es una película que combina una historia perfecta y una fotografía preciosa, actores que se meten a su papel que nos persuaden, la dulce voz de Sophie Auster cantando, juicios del narrador en off sobre la literatura misma, la soledad, la escritura y el amor. Podría decir que La vida interior de Martin Frost es, también, una historia sobre el escritor y su musa.

Después de haber terminado la movie quedé sin habla por algunos minutos. Me asomé por la ventana. Las calles se vieron vacías. Vi el cielo y la distancia de los astros simularon lo mismo. Me dirigí al baño. Me lavé los dientes y me di cuenta que durante muchos meses me había alejado en gran medida de las producciones de Paul Auster. Luego, al apagar la luz, al disponerme a dormir y cerrar los ojos, me llegó el mismo placer que sentí cuando me enamoré por vez primera de las historias de este escritor.

lunes, 7 de abril de 2008

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Corazón de mierda, la redención de un personaje

Gonzalo Lizardo, Corazón de mierda, Ediciones Era, 2007, 121 pp.


Borges reconocía que los personajes son fantasmas errantes que nunca dan tregua ni descanso a su creador, hasta que son expulsados de la mente. El argentino, como otros tantos escritores, sabía que la mejor manera de exorcizarse de ellos es escuchándolos, darles tiempo a que desfoguen su experiencia. Siempre me ha encantado la imagen donde el escritor encara a esos demonios. Paciente frente a ellos en una habitación cerrada, escucha cómo se regodean al materializarse conforme hablan. Porque al serles negada la vida de carne y hueso, el lenguaje es lo único que los mantiene a flote. Imaginemos un alcohólico John Self confesándole a su creador Martin Amis que el whisky es el aliciente más reconfortante en el mundo, o quizá no. Quizá lo es más el dinero. Pero también lo puede ser la fast food, o quizá tampoco. Sino las mujeres desnudas, las películas pornográficas y coger con su novia. O imaginemos a un Johnny Hake nervioso, entonando frente al espejo ese largo y atonal soliloquio ante John Cheever sobre que le agrada caminar desnudo en la penumbra y que él es el verdadero ladrón de Shady Hill. Seres rellenos de lenguaje, fantasmas aferrados a que su oraciones persuadan y se cristalicen en un otro, los personajes en la mente de un creador son esa insistencia que exige a gritos ser liberada, como si con ello redimieran una pena que los atormenta. En Corazón de mierda, Gonzalo Lizardo (Fresnillo, Zacatecas, 1965) nos invita a escuchar el testimonio de otro personaje vapuleado por su historia y por sí mismo, cuyo apodo es el Candingas.

El Candingas, hombre viejo y soterrado en un taller de relojería, nos confiesa como una oración que purifica su pasado, que en su juventud fue uno de los ladrones más vivaces y buscados por la ley de México. Nos confiesa cómo llegó a convertirse en robacoches, a manejar ganzúas y desarmadores como si fueran cubiertos. Nos confiesa cómo se entregó al corazón traidor y a la lengua conspiradora de una danzoneara del Casablanca, a arponearse heroína para evadir la realidad, y a convertirse accidentalmente en el sicario que mató al diablo para librar su condena en Lecumberri. Todo esto, con un monólogo cortado por el amargo trago de una Montejo y entre una capa de humo de cigarros Tigres.

En Corazón de mierda, que bien podría llamarse “La oración de un huérfano”, Lizardo juega con las identificaciones familiares para hacernos más fiel el monólogo del Candingas y, por supuesto, su dimensión. El Candingas es un antihéroe, un huérfano por el destino y la convicción. Su padre lo abandonó antes de nacer por irse con una prostituta. A su madre le gustaba entregarse a cualquier hombre para llenar el vacío que el esposo dejó en su cama y en los ahorros. Su hermana, mujer que pasó a ser el pilar de la casa después del abandono paterno, no es más que otra enemiga para el Candingas y un resorte que lo impulsó a salirse de su morada para llenar dichas carencias afectivas.

Nosotros los huérfanos tenemos muchas razones para buscarnos un papá de repuesto: porque necesitamos la amistad que nos negó el padre ausente, o porque nos hace falta un chivo expiatorio: alguien a quien destruir, alguien que pague por nuestro abandono, alguien que se joda como nos jodió papá. (pág. 114)

Corazón de mierda es una novela que tergiversa los hechos reales, los cose y confecciona con el hilo más fino de la ficción. Quién iba a imaginar que el 14 de octubre del 58, sería una fecha marcada con fuego en la memoria del Candingas. El robo frustrado a una camioneta de Tesorería atiborrada de billetes, por culpa de un ciclista que soñaba con participar en las olimpiadas, es el hecho histórico y medular cosido por la ficción en esta novela. El perfil de Corazón de mierda nos recuerda aquella Plata quemada de Ricardo Piglia. Otra novela donde casualmente hallamos también un robo frustrado por designios del destino. Gonzalo Lizardo, al igual que Piglia, recreó personajes traicionados por sus miedos, sus ambiciones, sus creencias y el rencor. Tres jóvenes que se columpian en las manos del diablo, en la maraña del crimen y los celos. La historia del Candingas es, también, la historia de Ricardo Olmedo Ríos, su segundo padre, su redentor. Pero también es la historia del Morocho, del negro Bob, del Tejocote, de Grifaldo y otros personajes que se debaten y defienden de la muerte en la ácida cárcel de Lecumberri.

En Corazón de mierda encontramos un salto loable en la poética de Lizardo. Ya no estamos frente a una novela culterana que apuesta por las digresiones sobre entropía, música académica y alteridad, como en Jaque perpetuo (Ediciones Era, 2005). Ni ante personajes enciclopédicos que siempre tienen un término elevado que esgrimir. Corazón de mierda es una novela construida por un lenguaje que apuesta más por la oralidad callejera, que recrea los barrios bajos como escenarios y echa mano de las formulas verbales desenfadadas que provocan al lector una agradable risotada: apodos y albures que nunca faltan en una buena obra picaresca. Un lenguaje delicioso que no desmerita el preciosismo de la frase, sino que lo alimenta con el argot de barrio.

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